Diciembre, 1992. El sol se cola por las ventanas y nos pega directamente en la cara. De un salto mortal, corremos a mirar el reloj. Son las 7:15 a.m. Es sábado, no hay escuela. Sin esperar ninguna señal, nos alistamos en carrera, nos tragamos el desayuno y cruzamos rápidamente la cerca. Casi sin aliento, llego hasta la ventana. La toco suavemente dos veces, es nuestra clave.
Mi primo Willy, abre la cortina. Con ademanes, me dice vaya a la puerta del patio trasero. Camino lentamente, emulando los pasos de la Pantera Rosa. Llego hasta la puerta. Espero unos segundos y mi primo, la abre con cautela y en silencio. Toda la familia duerme. Caminamos ambos sin hacer ruido, hasta el televisor de la sala. Y entonces la vemos, hermosa, mítica e imponente.
El cerebro de la bestia. La nueva SNES que mi tío les regaló para Navidad, permanece frente a nosotros, como si fuese el mismo tesoro de 'El Dorado'. En silencio, saltamos y celebramos. El hype, es incontenible. Mi primo saca el cartucho de la consola, lo sopla. Toca el botón de 'Power' y nuestros ojos se iluminan. En la pantalla, el logo sonido característico de Nintendo, aparece y por primera vez en nuestras vidas, vemos el legendario logo de la Trifuerza aparecer frente a nosotros, con un nombre que nunca borraremos de la memoria: The Legend of Zelda: A Link to the Past.
El juego está en inglés y apenas sabemos si quiera leer. Pero, juntos, iniciamos a la edad de 6 años, un viaje irrepetible que marcaría para siempre nuestras vidas. Junto a la SNES y un único control, cada sábado y domingo, a las 7 de la mañana, nos sumergíamos en un mundo, cada vez más mágico y maravilloso. De la mano de Super Mario RPG, Chrono Trigger, Donkey Kong Country, Earthworld Jim, MegaMan X, El Rey León, construimos una amistad inquebrantable.
Luego llegarían la Nintendo 64, la PlayStation 1, la Sega DreamCast, la Nintendo GameCube, los viajes al salón de videojuegos en el colegio. GoldenEye 007, Resident Evil 2, Eternal Darkness, ISSS, Crazy Taxi. La Xbox 360 con Alan Wake y Gears of War, la PlayStation 3 con Red Dead Redemption y Uncharted 2. Nos hicimos viejos, crecimos, viajamos, nos separamos físicamente, pero la internet y el juego online, nunca lo permitieron que soltáramos los controles.
Aún cuando nos casamos, con hijos y vidas profesionales. La pasión por los videojuegos, siempre nos mantuvo unidos. Durante más de 30 años, no dejamos de jugar, al menos una vez al mes, unas partiditas online, de multijugador o cooperativo. Siempre hablábamos del pasado con nostalgia y del futuro con ilusión. Recordando esas partidas épicas de la niñez y alucinando con lo que se venía. De la locura, que sería este año, con tantos lanzamientos. De lo mucho que esperábamos el DLC de Cyberpunk 2077. Cuando me llegó el código de prensa, lo llame inmediatamente para contarle. Me insistía que le mostrara fotos y videos del juego. Le dije que no podía romper el embargo. "Lo sé, lo sé Pepito... es vacilando. Hay que cuidar el trabajo mae. Igual, ya falta poco. Ya casi sale".
"Ya casi sale". Mi primo Willy, falleció ayer. A las 5:45 de la mañana. En un atropello, camino a su trabajo. A pocas horas, del juego que tanto esperábamos. Escribo estas líneas, y el corazón se me hace pedazos. Su vida, se apagó en un instante. He llorado, lo que nunca pensé, pudiese llorar en una vida. Es como una pesadilla, de la que uno sólo quiere despertar. Porque, ¿cómo se despide uno de un primo que era más que un hermano?
¿Cómo seguir adelante, cuando en tú corazón empiezas a entender que no hay regreso posible, que hay cosas que el tiempo simplemente no puede enmendar, y que tu compañero de aventuras de toda una vida, no volverá?
No lo sé. Desearía tener una respuesta. Pero no lo sé. La vida, es así de dura y a veces, injusta. Pero sé, que le hubiese seguido, hasta el final. Mi primo. Mi compañero. Mi hermano.
Descansa en paz Willy Vargas.
Nunca te vamos a olvidar.
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