Por Pablo Vargas | pvargas@revistalevelup.com.

Estrenada en 2018 bajo la dirección de Masaaki Yuasa, esta serie de Netflix tomó un manga clásico de Go Nagai y lo reinventó con un lenguaje visual moderno, arriesgado y brutalmente honesto. En tan solo diez episodios, Devilman Crybaby consigue lo que pocas producciones logran: llevarte de la risa al desconcierto, de la ternura al horror, y terminar rompiéndote el corazón de una manera irreversible.

La historia arranca con Akira Fudo, un joven sensible y frágil, que se convierte en Devilman tras fusionarse con un demonio para proteger a la humanidad. A su lado está Ryo, su misterioso mejor amigo, quien lo arrastra a este destino. Lo que parece al inicio un relato de acción sobre humanos contra demonios se convierte, poco a poco, en un examen implacable de lo que significa ser humano, con todas sus contradicciones: el amor, la violencia, la fe, el miedo y la destrucción que sembramos en nombre de ellos.


Lo que diferencia a Devilman Crybaby es cómo su estética cruda y estilizada se usa no solo para impactar, sino para transmitir emociones puras. La animación de Yuasa fluye, se distorsiona y a veces parece perder toda forma, como si el propio mundo estuviera derrumbándose junto con sus personajes. No busca ser bonita: busca ser visceral, directa, incómoda, y por eso funciona tan bien.

Pero la fuerza de la serie no está solo en su estilo, sino en sus personajes. Akira es la representación de la bondad absoluta en un mundo que lo castiga por ser así. Ryo, en contraste, es una fuerza fría y calculadora, movida por un propósito que no revela del todo hasta el final. Entre ellos se construye una relación que es a la vez amistad, amor, traición y tragedia, el núcleo emocional que define toda la historia.


Uno de los golpes más duros de la serie es cómo retrata a la humanidad: no como víctimas de los demonios, sino como verdugos de sí mismos. El miedo, el odio y la intolerancia hacen que los humanos se vuelvan más crueles que los monstruos que temen. Esa es la gran revelación: lo verdaderamente aterrador no es el demonio externo, sino lo que llevamos dentro.

La violencia y el sexo explícitos no están ahí como mero recurso shockeante. Son la manera en que Yuasa muestra un mundo desbordado, donde los instintos dominan y la civilización se tambalea. Cada exceso es un reflejo de cómo el ser humano, en su desesperación, pierde el control y se destruye a sí mismo. Es incómodo, sí, pero también profundamente necesario para entender el mensaje de la obra.


El final es, sin duda, uno de los más devastadores en la historia del anime. No hay redención fácil ni victoria heroica, tan solo la tragedia de dos seres destinados a enfrentarse, incapaces de escapar de sus elecciones y sentimientos. Es un clímax que duele porque se siente inevitable, porque a pesar de todo lo visto, el espectador aún guarda la esperanza de que las cosas terminen de otra manera. Y cuando esa esperanza se rompe, la serie te deja en silencio absoluto.

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