Por Pablo Vargas | pvargas@revistalevelup.com

Pocas son las obras maestras como 'Los Soprano', 'Breaking Bad' y 'The Wire' que pueden presumir de haber construido sublimes obras maestras de principio a fin, a través de historias que siempre lograron encontrar el punto de equilibrio para cerrar cada cabo suelto antes del gran final. El grueso de producciones televisivas como 'Sons of Anarchy', 'Mad Men' y 'Twin Peaks' se encuentra en esa categoría nada despreciable de producciones que lograron marcar finales imperfectos pero acordes con la lógica de su propio universo. Y luego, existen series de televisión como 'Lost', 'How I meet your mother' y 'Battlestar Galactica' que destruyen todo cuanto encuentren a su paso en el afán de sorprender al espectador, por el sólo hecho de sorprenderlo.



Tras el final de su octava -y última temporada-, no queda la menor duda de que 'Game of Thrones' ha hecho todos los méritos propios para colocarse en esta última categoría. Su estrepitosa caída en la hora buena, no deja más que un agridulce sabor al visualizar como la producción de David Benioff  y D. B. Weiss contaba con todos los recursos para convertir la adaptación de la 'Canción del Hielo y el Fuego' en una de las mejores series en la historia de la televisión. Y sin embargo, episodio tras episodio, sus creadores no han hecho más que precipitarse en decisiones claves para encender lo más pronto que puedan la pira funeraria de su propia producción y dejar que su obra se consuma lentamente, sin dirección alguna, en el vasto y oscuro océano de desaciertos, dudas e interrogantes sin contestar.


Las constantes incoherencias de proporciones bíblicas que ha tenido la producción a nivel narrativo desde 'A Knight of the Seven Kingdoms' -el último gran episodio de la serie-, ha hecho demasiada mella en el objetivo de regalar un cierre que estuviese a la altura de las expectativas, y brindar en su lugar, un final amargo que no empaña la experiencia global, pero sí deja un peculiar sensación general de desconcierto, no por el cierre como tal, sino por la forma apresurada y descuidada en que sus creadores nos llevaron hacia ese final. Una percepción de desencanto entre sus fans que sido la única nota constante de una serie que parece haber olvidado todo el bagaje y camino recorrido por sus personajes, y que ahora no sabe que hacer con aquellos y aquellas que han sobrevivido a todas las guerras y tragedias de Westeros, cambiando sus motivaciones de un episodio a otro.


Si en 'The BellsDavid Benioff  y D. B. Weiss nos pintaban a Daenerys como una psicótica en desarrollo que alcanzó su punto máximo de ebullición y perdió completamente los cabales -quemando medio King's Landing en el proceso-, sus creadores vuelven a dar (por undécima vez en cinco episodios) de forma aleatoria un giro de 180° en 'The Iron Throne'. Lo que era un tren sin frenos desde el primer episodio de la primera temporada termina descarrilándose completamente al retratar -de un episodio a otro-, a la rompe cadenas y libertadora de naciones en una tirana que no descansará hasta purificar con fuego hasta el último rincón de Poniente, sin razones realmente de peso que hayan sido representadas con destreza y bajo la única excusa de los guionistas de que los espectadores odien injustamente a la Khaleesi de forma gratuita y sin ningún tipo de cuestionamientos.


"Tres traiciones conocerás. Una por sangre, otra por oro y otra por amor..."


La barbarie retratada en una ciudad completamente en ruinas, lleva a Tyrion a chocar con la realidad de que no hay nada que pueda salvar a Daenerys en su descenso en la locura. Los restos de Jaime y Cersei abrazados de forma poética no hacen más que quebrar el último tramo de fe y esperanza de un mundo mejor. En medio del discurso de victoria, Tyrion confiesa "la traición" que ha hecho la Mano de la Reina, siendo arrestado y condenado a muerte, en unos 45 minutos retratados con pereza y alargando lo más posible los minutos con el único objetivo de mostrar que la locura de Daenerys es real, incurable e insalvable, por lo que aquel que decida matarla, estará libre de pecado delante de la audiencia.


Arya es la primera en notarlo y el diálogo entre Tyrion y Jon es de los puntos más altos en esta lucha por la justificación de nuestros pecados. Conscientes de sus premuras y falencias narrativas a lo largo de la temporada, David Benioff y D. B. Weiss,  tratan de justificar el cambio drástico de Daenerys (nuevamente, en tan sólo 4 episodios) al arrojar actos puntuales de la Khaleesi como señales de su descenso a la locura, un recurso que falla a la premisa de mostrar y no explicar; quizás si hubiesen mostrado una sola vez que estos actos fueron detonantes críticos en su evolución y no casos de éxito en su camino en pro de gobernar y no conquistar, el golpe sorpresa no se hubiese mancillado tanto.


A lo largo de siete temporadas, 'Game of Thrones' siempre mostró las decisiones internas que llevaron a cada consecuencia, sin importar lo lamentables que fueran. Vimos a Ned abrazar la muerte por mantener su honor y cumplir una promesa; fuimos testigos de como una parte de Tyrion murió al matar a su padre; de la pérdida de honor de Arya al abandonar al Perro moribundo tras ser rescatada por Brienne y como Cersei decidió acelerar su propia profecía al volar el Septo de Baelor y causar indirectamente la muerte de su último hijo; en todo el proceso, como espectadores les acompañamos y comprendimos su decisiones, por muy buenas y traicioneras que fueran.


No obstante, en un recurso bajo y barato, los guionistas nos alejan completamente de los pensamientos de la 'Reina Loca' para justificar su descenso en la locura. A lo largo de esta última temporada, nunca vemos a la locura apoderarse de su mente. Nunca vemos el remordimiento, el miedo retratado a lo largo de ocho años, de convertirse en la encarnación de padre. Nada de esto sucede. Los guionistas simplemente, le llevan a la fuerza del punto A al punto B (nuevamente no es el fondo, sino la forma en que sucede), arrebatando completamente la voz y voluntad del personaje en el proceso, todo con el fin de convencer al espectador de que el destino de Jon es hacer "sacrificio máximo" y tomar la vida la mujer que ama en sus manos, pues Daenerys no tiene arreglo... sin dejar el tiempo para demostrarlo.


Jon lo entiende. Entiende el sacrificio que debe realizar. Y aunque el espíritu esta dispuesto, Jon se tambalea. Su amor es sincero. Intenta salvar a Daenerys, pero la suerte está echada y el camino trazado. Así, cuando Daenerys se entrega completamente en los brazos del hombre que más ama, Jon cumple la profecía. "Tres traiciones conocerás. Una por sangre, otra por oro y otra por amor..." . Sin decir una palabra, Jon clava a traición su espada en el corazón de la Khaleesi en su momento de mayor confianza y vulnerabilidad tras suplicarle que le ayude a construir un futuro mejor. La escena intenta con todas sus fuerza retratar una pizca de emotividad y empatía con Jon por el enorme sacrificio que ha caído sobre sus hombros, mientras la mirada de tristeza de Daenerys se pierde en el firmamento, tras ser utilizada y traicionada por cada uno de las personas que le rodearon.


En uno de los simbolismos más obvios -y emotivos-, de la serie, Drogon atestigua la muerte de su madre y trata de despertarla -dolorosa referencia a Mufasa-, perdona a Jon y empatiza con el "sacrificio" que el amor de la vida de Daenerys tuvo que hacer para salvarle de si misma. Como si la propia bestia mitológica hubiese entrado en un estado de consciencia, Drogon estalla en furia y dolor, quemando hasta los cimientos el Trono de Hierro, ese que tantas vidas arrebató y cuya obsesión por poseer terminó costó la vida a la madre de los dragones, llevándose el cuerpo sin vida de Daenerys entre sus garras a un lugar y destino completamente incierto, cumpliendo así la profecía del Salón de los Eternos sobre la Khaleesi: Daenerys alcanzaría el trono más no se sentaría en él, sería traicionada por quien más amaba y en su muerte, se reuniría nuevamente con Khal Drogo y su hijo no nacido en la otra vida.


El cumplimiento de la profecía magnifica la traición y cierra la tragedia griega de una mujer a la que le arrebataron todo, que fue usada por todos aquellos que le rodearon y traicionada por cada una de las personas que ella alguna vez respetó y amó. No hay duda, que la mano de George R.R. Martin estuvo involucrada en este agridulce final para el Khaleesi; así lo planificó el autor y así lo ejecutaron sus productores. El problema, nuevamente no es llegar al punto B, sino el camino que se recorre del punto A al punto B. Y en eso, los productores fallaron completamente.

“Un burdel, una colmena y un asno...”.


Tras un corte abrupto, el epílogo de la serie empieza con premura su marcha final y las ambigüedades vuelven a estar a la orden del día. Todo el esfuerzo de Daenerys por romper la rueda, no hace más que restablecerla, reafirmarla y volver toda la historia a su punto de origen. Tyrion, prisionero por traición, logra librar su propia muerte en un juicio improvisado con los lords y ladies de Poniente, encamina al consejo para que el 'Cuervo de Tres Ojos' sea coronado Rey de los Siete Reinos, una decisión aclamada por unanimidad, eligiendo a Tyrion como su mano derecha.


A pesar de la pésima ejecución de la escena, todo parece indicar que George R.R. Martin -a quien HBO obligó por contrato a revelar el final que tendrían los libros para poder plasmarlo en la serie-, de una forma magistral e implícita nos pintó la cara al retratar en una sola frase al 'Cuervo de Tres Ojos' -teniendo en consideración que Bran murió la misma noche que Hodor cayó cumpliendo su promesa y fue sustituido por el 'Cuervo de Tres Ojos'-, como la mente maestra de todo el Juego de Tronos. Sobre el mismo, el misterio es enorme y hay más preguntas que respuestas, pero su designación como el Rey de los Seis Reinos abre un camino de teorías que esperamos sean contestadas en los libros del escritor norteamericano.


Es por ello, que a pesar de sus enormes fallos a lo largo de la temporada, este capítulo es el que más consistencia y lógica tiene a lo largo en la recta final desde 'A Knight of the Seven Kingdoms' -para quien suscribe estas palabras, el mejor capítulo de la temporada-, al lograr directa e indirectamente mostrar que el universo de George R.R. Martin logró llegar al puerto que este deseaba -no el trayecto en la serie que quizás lo planificó en los libros-, pero al fin y al cabo, en el puerto y lugar correcto. Todo inició con la caída de Bran y culminó con su ascenso, en un grato ejercicio de simetría pura y manipulación al estilo 'Game of Thrones', el 'Cuervo de Tres Ojos' logró su objetivo.


Con la coronación del 'Cuervo de Tres Ojos' como Rey de los Seis Reinos, la historia avanza con premura y los productores nos regalan una grata imagen para la galería con la rectificación de la leyenda de Sir Jaime Lannister en manos de Sir Brienee de TarthSansa apela su derecho a independencia y es coronada como Reina de Winterfell; Arya decide dejar todo atrás y partir a descubrir el mundo -hermosa auto referencia a la propia historia del personaje-; Sam es nombrado Gran Maestre y Jon es condenado a vivir en el exilio nuevamente como Guardián del Muro; el 'Cuervo de Tres Ojos' decide buscar a DrogonBronn es nombrado Señor de Alto Jardín y Tyrion cierra con una historia que nadie puede escuchar; Brienne logra restituir la historia de Jaime; mientras que Jon es condenado por sus crímenes al exilio del muro, donde se reencuentra con Ghost y Tormund, escapando de su destino y siendo lo que siempre quiso ser: nadie.


Con la anécdota sin terminar de un burdel, una burra y un panal, la serie se despide en un mar de dudas, incoherencias, aciertos y múltiples interrogantes. Muchos amarán este final. Y muchos otros lo odiarán. Nosotros, quedamos en un punto intermedio. El destino de cada personaje siempre fue claro, nuestra mayor queja no gira sobre ello, sino entorno al camino acelerado que tomaron sus productores -quienes rechazaron la posibilidad de hacer la serie en diez temporadas para tomar el contrato y dirigir tres películas de Star Wars-, una decisión de peso le costó a David Benioff  y D. B. Weiss la posibilidad de consagrar a 'Game of Thrones' como una de las mejores series en la historia de la televisión, tirando todo cuanto habían construido y terminar filmando una temporada que siempre bailó ambiguamente entre lo épico y lo lamentable, dejando a sus fans más fieles, con una profunda e irreparable sensación de pérdida, ante lo que pudo ser y no fue.


No obstante, por todo lo visto en ese mar de errores y aciertos, no había otra forma de terminar la serie de que la forma en que ha ocurrido. David Benioff  y D. B. Weiss se encargaron de acelerar todo en la recta final, dejando muchas historias sin conectar -que posiblemente los libros y spin-off terminan por subsanar-, descuidando detalles claves de la trama y sus personajes, omitiendo la verdadera importancia de lo que estaban contando y destrozando todo cuanto había a su paso con una escritura floja y que denota el desgaste de los productores con su propia historia. Y sin embargo, el mundo de 'Game of Thrones' es tan completo, brutal y complejo, que incluso con todo los despropósitos de sus productores, la serie logra sobrevivir a su peor temporada, evitando empañar la experiencia global de una gran historia, que si bien es cierto nos deja con un mar de sentimientos encontrados, nos regala a su vez un final que permanece fiel a la filosofía de una serie que no acepta medias tintas: o la amas, o la odias.


Y nosotros... nosotros la amamos... Amamos 'Game of Thrones' desde su primer escena hasta su último fotograma. La amamos con todas sus virtudes... y  la amamos también con todos sus defectos. Pero eso jamás no impedirá ser objetivos: 'Game of Thrones' falló en la hora grande. Mientras tuvo historia original, la serie fue perfecta. Pero acabarse el material, sus productores aceleraron las cosas, y en el proceso fueron dejando a su paso un centenar de profecías sin amarrar, arcos narrativos de personajes destruidos o incompletos y muchos trazos de la historia sin terminar; pero sobre todo, dejaron una avalancha de escenas ambiguas e ilógicas que buscaban ser impactantes, por el sólo hecho de ser impactantes; quedando retratada la tragedia griega de una temporada que tenía todo para consagrar a 'Game of Thrones' como una de las mejores series en la historia de la televisión, y terminó sumergida en un mar de profundas y lamentables inconsistencias.

Calificación final: 6/10


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1 Comentarios

Siempre es un honor tenerte por acá. Gracias por compartir tu opinión con nosotros.

  1. Muy bonito borrar los comentarios negativos. Sigan asi

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