Por Pablo Vargas | pvargas@revistalevelup.com

La clave de toda buena historia, es la evolución de sus personajes. El cambio final que se produce en un protagonista como resultado de sus decisiones y conflictos, es parte esencial de la construcción de una narrativa de calidad. Al principio, los cambios pueden ser ínfimos o superficiales, pero conforme la narrativa crezca en intensidad, llegará el momento en que el autor pondrá nuevamente al protagonista frente a una encrucijada y su cambio será completo e irreversible. Ese momento, se conoce como el clímax narrativo, e independientemente de si la evolución del personaje se da para bien o para mal, sea material o espiritual, lo lleve a la madurez o a la locura, al final de la narración el personaje debe ser distinto a como era en un principio, cumpliendo así su ciclo narrativo; caso contrario, todo carece de sentido. 


Durante ocho temporadas, 'Game of Thrones' se empeñó en la construcción y evolución de un mundo despiadado y salvaje, en el que obliga a sus personajes a evolucionar o morir. En el 'Juego de Tronos', ninguna muerte es gratuita, sino que es producto de la negación de los personajes de avanzar a nivel argumental o por el cumplimiento total de su ciclo narrativo. Las muertes de Ned Stark, el Gorrión Supremo, Littlefinger y la Boda Roja tienen como factor común denominador la incapacidad de sus personajes de aprender de sus errores. En el Juego de Tronos, evolucionas o mueres. 


La tragedia griega de Sansa Stark, el viaje del héroe trágico de Sir Jaime Lannister en búsqueda de redención, la lucha de honor de Brianne de Tarth por convertirse en caballero, la caída y resurgimiento de Tyrion como 'Mano de la Reina', la aceptación de Arya de que no es más una "loba solitaria" sino parte de la manada y la lucha de Daenerys Targeryan por no cometer los errores de su padre, son parte de las grandes ejemplos de evolución narrativa que 'Game of Thrones' ha retratado casi a la perfección lo largo de los últimos años. 


Ante el conflicto, sus personajes han evolucionado y han crecido. Por ello, a tres episodios del final de la serie, resulta completamente ilógico e irresponsable, que después de casi dos años de preparación para la temporada final -y ocho años de construcción de personajes-, David Benioff y D. B. Weiss se hayan comprometido fervientemente en tirar por la borda la evolución natural de cada uno de sus protagonistas, convirtiendo poco a poco, a 'Game of Thrones' en una serie que salta por momentos de una verdadera obra de arte que merece ser analizada con detenimiento, a tramos de la historia que no son más que un fan fiction de alto presupuesto.


Es irónico como en 'The Last of the Stark' podemos pasar de escenas sublimes que plasman miles de sentimientos sin mediar una sola palabra, como lo es toda la secuencia inicial del funeral post 'A Long Knight', que nos permite dar un cierre a los personajes que fallecieron en la batalla de Winterfell y en esa misma escena, tirarnos en la cara una escena tan ambigua como lo es el discurso de Jon Snow para despedir a sus hermanos y hermanas caídos en batalla, danzando entre lo genérico y lo mediocre, careciendo completamente del peso -y dirección-, narrativa que se espera de una escena de dicha envergadura a estas alturas del partido. 


A lo largo de los 78 minutos que dura 'The Last of the Stark' nos encontramos con un episodio que presenta ese vaivén de momentos memorables y escenas completamente para el olvido, pero sobre todo de escenas con un tratamiento incomprensible de sus protagonistas, que borran todo el crecimiento y evolución que han tenido a lo largo de ocho temporadas y que denotan, nuevamente, que la ausencia de material original ha generado enormes lagunas en la construcción de sus personajes y que hacen sentir a la serie como una telenovela escrita por fans.


Todo cuanto sus personajes han avanzado en las últimas temporadas, David Benioff y D. B. Weiss lo arrojan al fuego. La primera víctima es Daenerys, que parece haberse convertido en el objeto de desprecio de los guionistas desde la temporada pasada, llenando a su personaje de inseguridades completamente innecesarias con el único fin de convertirla en un retrato de su padre, minimizar su rol en la historia y justificar así el profundo desprecio de la galería. 


De forma absurda, los escritores le restan capacidad de raciocinio a la khaleesi en cada episodio, olvidando completamente seis temporadas de crecimiento -en lo que con aplomo y tino se ganó la confianza de medio Poniente como una verdadera estratega militar y líder natural-, y volviendo a retratarla como la niña caprichosa con cero inteligencia emocional que protagonizó la primera temporada, llorando, haciendo rabietas y lanzando amenazas a cada segundo cuando las cosas no le salen como lo esperaba. 


Mismo trato reciben Sir Brienne de Tarth y Sir Jaime Lannister, que había alcanzado el punto más alto de su arco narrativo en 'A Knight of Seven Kingdoms', cuando el respeto mutuo que ambos se muestran como Caballeros. Todo esto, termina enlodado en un burdo triángulo amoroso que parece sacado de los foros de fan fiction que abundan en la red, y que no sólo se trae abajo todo cuando Brienne es como personaje, sino que termina con un León Dorado completamente desdibujado que deja a la mujer más fuerte de Poniente, sin su armadura y llorando en la nieve, rogando a su amor que no la deje sola cuando este decide, una vez más, ir tras Cersei


Y así, el mar de incoherencias sigue avanzando con fortaleza: Jon Snow vuelve a ser el niño iluso de las primeras temporadas y comparte el secreto mejor guardado de Westeros con sus hermanas -no sin antes hacerles jurar que no lo dirán a nadie-, para luego largarse de Winterfell y regalar a Ghost como basura barata en el proceso -ya volveremos a esto en un momento-. Sansa deja atrás todo su conocimiento adquirido y tarda menos de cinco minutos en traicionar la confianza de su hermano al revelarle a Tyrion -la mano derecha de la reina-, que su hermano es el verdadero heredero al trono y no la khaleesi. 


Bronn aparece por sorpresa, nos regala unos minutos de tensión y termina echando por la borda el conflicto más interesante de la temporada, al desaparecer la amenaza del asesino por excelencia que podría matar en cualquier momento a Tyrion o Jaime a cambio de recibir Alto Jardin como recompensa por dejarles vivos. El discurso de Arya sobre la importancia de permanecer juntos como familia, se va también de viaje cuando la menor de los Stark decide dejar atrás Winterfell -con rechazo a la propuesta de matrimonio de Gendry incluida-, para irse junto al Perro a cumplir su camino de venganzas personales. 


Todo esto, mientras una impaciente Daenerys avanza por el océano para cortarle el ingreso de suministros a Cersei por el mar, mientras que Jon avanza por el sur para sitiar la ciudad, en otro movimiento de estrategia militar que parece haber sido escrito con los pies, al desconocer las condiciones de su enemigo y enviar a batalla a un ejército de desvalidos que acaban de sobrevivir a la mayor batalla de sus vidas. El resultado de esta serie de malas decisiones se ve a leguas y la Targeryan es emboscada por Euron Greyjoy, que les recibe con una lluvia de ballestas cortesía de la Compañía del Oro, acabando con la mitad de la flota de Daenerys, terminando con Rhaegal en el fondo del mar y con Missandei prisionera de guerra en manos de los Lannister


El infortunio de la reina legítima de Poniente durante su camino a Desembarco del Rey hace que Tyrion y Varys nos regalen uno de los mejores diálogos de la serie, cuando ambos discuten la posibilidad de que Jon Snow sea un mejor gobernante que Daenerys. Nuevamente, esto choca con pared: Jon es un héroe de guerra, no un gran líder. Sin embargo, la forma en que se plasmando cada una de las palabras es exquisita y pone sobre la mesa las razones que hacen grande a 'Game of Thrones'. Las entrelineas se van convirtiendo en un mensaje fuerte y claro: Varys sirve al Reino, no a los reyes. Para la Araña, la khaleesi ha perdido su norte y la amenaza de quemar la ciudad no le dejan otra opción: Jon tiene que llegar al poder. Dany nunca va a permitirlo, y por ello la Targeryan tiene que morir. El "No... Por favor... No" de Tyrion intercediendo por su reina, rompe el corazón.


Finalmente, en una escena completamente sin sentido que sólo busca acelerar los acontecimientos, la khaleesi marcha con menos de 100 hombres a pedir la rendición de Cersei. Con un ejército de arqueros a granel que superan claramente a Daenerys, Cersei podría perfectamente haber acabado con el conflicto en menos de tres minutos. No obstante, las inconsistencias narrativas vuelven estar a la orden del día y Tyrion camina hacia las puertas de la ciudad para suplicarle a su hermana que no le obligue a matarla. 


El intercambio de diálogos entre Tyrion y Qyburn es nuevamente de los puntos más altos del capítulo, pero lo opaca sin espacios la ausencia de lógica de su pedido: ellos están claramente en desventaja para negociar, no así Cersei, que parece ser el único personaje al que los guionistas logran entender a cabalidad. Para nuestra fortuna, Cersei sigue evolucionando tal cual lo dictan los cánones narrativos: es una bestia mitológica que no para de crecer y hacerse inexpugnable. Su lectura sobre el Juego de Tronos es más que brillante y su padre estaría realmente orgulloso. Ni las suplicas de Tyrion por su hijo no nacido logran ablandar el corazón de la Reina, que tiene claro que la suerte -y fortaleza militar-, está de su lado, por lo que termina sacrificando a Missandei en un acto de guerra cuyo único objetivo es encender la mecha para justificar el descenso de Daenerys en la absoluta locura.


Al final del camino, 'The Last of the Stark' es un episodio cuyos fallos hubiésemos quizás perdonado en la temporada 4 o 5, pero no a dos episodios del gran final. La forma en que han destruido en menos de 78 minutos toda la evolución de sus personajes a lo largo de ocho temporadas, lo hace un capítulo no solamente ambiguo y poco memorable, sino también profundamente sin sentido y realmente lamentable. 

Calificación: 5/10


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