Por Pablo Vargas | pvargas@revistalevelup.com

'The Battle of Winterfell' nos ha dejado con un mar de sentimientos encontrados, que danzan de forma ambigua entre el éxtasis máximo de presenciar una de las batallas más legendarias en la historia de la televisión, y la sensación de estar al mismo tiempo ante una tomadura de pelo narrativa de proporciones bíblicas. Ocho años de preparación de contexto y construcción de personajes se consumaron en el episodio más esperado en la historia de 'Game of Thrones'. Desde la primera toma de la serie, David Benioff y DB Weiss nos mostraron que había un peligro que superaba la telaraña de complejas traiciones, títulos y guerras de Poniente por el añorado 'Trono de Hierro'. Nada de cuanto había conocido Westeros a lo largo de su historia de grandes peligros y horrores, se asemejaba al terror de los caminantes y el Rey de la Noche, que durante casi una década llevaban aterrorizando nuestros sueños en su despiadado camino hacia King's Landing.



En ese amplio y complejo contexto, encontramos sólo dos caminos para analizar 'The Long Knight: a nivel técnico y a nivel narrativo. En la primera categoría, lo que ha hecho el director Miguel Sapochnik, es simplemente épico. Cada uno de los detalles, enfoques, ángulos, secuencias de batalla, tiempos de desarrollo y construcción de las escenas nos ha dejado con el corazón en la mano a lo largo de la hora y veintidós minutos que dura el episodio. No cabe la menor duda, que estamos ante un verdadero logro audiovisual que marcará un antes y un después en la historia de la televisión. Sapochnik mezcla con aciertos diversos y complejos tonos que evocan lo mejor de grandes directores cinematográficos.


Desde la primera toma en la que la inmensidad de la noche consume los huesos de los protagonistas, el corazón sabe el terror que se aproxima se apodera lentamente de todo lo que le rodea, quedando claro que el director decidió jugarse la carta de la incertidumbre con una densa oscuridad que trata de ponernos en los piel de los protagonistas: la suma de todos nuestros miedos se mueve en medio de la noche y no hay nada que podamos hacer para derrotar lo que no podemos ver. En ese sentido, la oscuridad es impredecible y necesaria para establecer las bases y motivaciones de los protagonistas, envueltos en medio del caos que antecede a la muerte inevitable que golpea cuando menos lo espera.


La construcción de la escena inicial en que Melissandre aparece para dar fuego y esperanza la resistencia al cargar con fuego las espadas de los Dothraki, y luego observar con desconcierto como sus guadañas se van apagando al chocar contra la oscuridad de la noche es épica, tétrica y poética en partes iguales, firmando una escena que quedará para siempre grabada en nuestra memoria. Con maestría, el director nos lleva a vivir en carne propia la desazón que David Fincher plasmó en 'Guerra Mundial Z' al ver como los caminantes se convierten en una ola de destrucción masiva que avanza de forma inexpugnable y que se abalanza, como una gran masa imposible de combatir, sobre la infantería que yace a las afueras del castillo, siendo destruidas todas las defensas iniciales en cuestión de minutos.


A partir de ese momento, la peculiar coincidencia de escenas y tensión empatada con la batalla en el abismo de Helm -que Peter Jackson retrató magistralmente en Lord of the Rings-, es completamente innegable e inevitable. Son comparaciones odiosas, pero necesarias. Las expectativas sobre la gran batalla entre los vivos y los no-muertos era enorme y aunque la filmación de las escenas arranca con fuerza, la misma va perdiendo su fuelle conforme pasan los minutos. Es claro que la producción apostó por aumentar la oscuridad como un recurso técnico para ahorrar los costos de animación de la batalla, pero el factor sorpresa juega en contra y conforme avanzan los minutos, entre la acción y el caos, la tensión de la batalla se diluyendo.


La batalla central en Winterfell es una lucha desesperada por la sobrevivencia y se justifica que el director alimente las escenas de planos ambiguos y efectos de cámara en mano para retratar el caos absoluto que se vive en el calor del conflicto. No obstante, este mismo efecto de oscuridad y ceniza, termina auto saboteando escenas críticas que los fans llevaban años esperando, -como la batalla entre Rhaegal, Viserion y Drogon-, en que la producción pierde completamente el norte y se distancia visualmente, siendo casi imposible de seguir en lo que está sucediendo en la gran pantalla.


Esto es un error técnico que en la emisión digital -no así en el canal HD-, cobró más víctimas que la propia escaramuza en Winterfell. Para nuestra fortuna, la acción pega brincos y saltos, llevándonos a través de diversas escenas en los que nuestros protagonistas luchan con todo cuanto tienen por sobrevivir, regalando a la galería escenas realmente memorables y cargas de un coctail de sentimientos, como lo es la propia invocación de Melissandre con ojos llorosos, voz quebrada y explosión de fuego que detiene la avanzada de caminantes y marca el camino a Daenerys y Jon para volver a batalla, tras pasar -literalmente-, medio episodio perdidos en medio de la tormenta.


Es un acto de fe y esperanza de Melissandre que se convierte rápidamente en el personaje más importante del capítulo. Su aparición inesperada es un aire de fe y esperanza en medio de la nada, y al mismo tiempo respira desazón y oscuridad en cada una de sus palabras que hacen mella en la moral de los espectadores. "No sobreviviré a la llegada del amanecer" sentencia y acrecientan las dudas entorno al misticismo de su figura. Esa incertidumbre que la mujer de rojo siembra, se palpa también en cada escena de la batalla, en la que el director nos lleva por un camino de angustias que se incrementan y pequeñas esperanzas que se pierden en la oscuridad de la larga noche. Esa oscuridad que ponen sobre los hombros de los protagonistas el mayor peso actoral y nos regala escenas, como las de Sansa y Tyrion enfrentando su propia mortalidad, en las que sin media una palabra, el intercambio de miradas lo dice todo.


La misma sensación de perfección en la filmación se respira en la maratón de emociones en la que Arya Stark corre por su vida y termina encerrada en una biblioteca cargada de caminantes. Una puesta en escena que rinde homenaje a lo mejor del cine de terror y que nos trae frescos recuerdos de esa exquisita tensión que John Carpenter lograba retratar de manera tan magistral en cada una de sus escenas. Son momentos de mucho peso actoral y Sapochnik saca lo mejor de su elenco. Desde el arduo combate en el campo de batalla en el que Jaime, Sam y Brienne luchan con todo cuanto tienen para sobrevivir, hasta las escenas de terror que se viven en las criptas aquellos que no pueden llevar la batalla, son tomas cerradas en las que sentimos cada una de las emociones que están viviendo nuestros protagonistas.


No obstante, lo que es un gran acierto en apartado técnico, se convierte en paralelo en un enorme sin sabor entorno a detalles que son claves en el avance de la historia. Enumerar el mar de inconsistencias a nivel narrativo que ha presentado 'The Long Night' es un ejercicio que nos tomaría más de un artículo. Enviar a la caballería Dothraki como carne de cañón en lugar de posicionar a la artillería para ser respalda por arqueros y los Dragones abriendo brecha con fuego -y luego enviar a los Dothraki a rematar en ataque de pinza-, es un error garrafal que líderes militares de la talla de Sir Davos y Sir Jaime jamás hubiesen cometido, de no ser una mera excusa para mermar las fuerzas de combate y aumentar la tensión inicial. Una sensación similar de desazón genera el ver como una masa de caminantes avanza imparable contra los personajes terciarios, pero se toma el tiempo para pelear -de uno en uno-, contra los protagonistas que lucen invulnerables a pesar de sus incompetencias, generando ese efecto de que sin importar lo que suceda en la batalla, "nadie importante va a morir".


Y la percepción no es errónea. Es una narrativa llena de altibajos en los que los "villanos" siempre están a un paso de la victoria, pero los "buenos" logran salvarse de último momento. Y sí. Hay caídas en el campo de batalla a granel. Pero la marcha de la muerte golpea solamente aquellos personajes que cumplieron su ciclo, se convirtieron en estacas de tropiezo para el 'Deus Ex Machina' o tienen poco peso narrativo de cara a los acontecimientos futuros: el buen Edd muere en la primera horda, Lady Mormont -principal opositora de la alianza-, cae de forma épica contra un gigante de hielo, Jorah -piedra incomoda en la relación de Jon y Daenerys-, muere defendiendo al amor de su vida ante una ola de caminantes que le atacan de uno en uno. Todo esto, mientras Jon sobrevive completamente sólo ante a un ejercito de caminantes, Bran se desconecta de la realidad mientras Theon se redime con honor en una batalla pérdida contra el mundo, Daenerys cae del cielo en medio de miles de no-muertos -que atacan a su dragón al instante pero a la khaleesi no le tocan un cabello-, y Sam, Brienne y Jaime sobreviven contra todas las probabilidades a a una horda -literalmente contra la pared-, sin recibir daño alguno.


Para nuestra fortuna, la escena entre Arya y Melissandre nos devuelve la esperanza de lo inesperado y Sapochnik nos regala uno de los momentos más épicos y memorables de la serie. Son una tormenta de pequeños detalles que se construyen con maestría y demuestran como la mano de su creador aún sigue medianamente presente. La profecía de Melissandre entorno a que Arya cerraría para siempre "Ojos cafés, ojos verdes y ojos azules" es uno de los puntos más altos de la historia. El intercambio es preciso y precioso en una grata referencia al camino trágico del héroe que Arya ha recorrido para llegar hasta ese preciso momento. Nada es casualidad. "Te dije que nos encontraríamos de nuevo". La mujer roja, Beric y el Perro, otrora enemigos de la hija menor del clan Stark, ahora defienden su vida.


La daga de vidriagón... la misma daga que usaron para intentar asesinar a Bran e inició la guerra de los Cinco Reinos... la misma daga que Littlefinger cede muchos años después a Bran, y este, como el Cuervo de Tres Ojos, entrega en el momento justo a su para hacer justicia y matar a Littlefinger... esa misma daga está ahora en manos de Arya para cobrar venganza contra la mujer de rojo. Sí. La daga está en manos de Arya, la niña que vio morir a su padre y le obligó dejar a su familia para recorrer un camino de penurias y desgracias que le llevaría para renunciar a todo lo que era para convertirse en 'Nadie'. Esa 'Nadie' cuya vida es un camino lleno de tormentos y cuya única meta es cumplir su promesa de matar a todos cuanto le alejaron de su familia. Y justo, cuando la oportunidad se presenta. Las palabras de Melissandre resuenan en su mente. "¿Qué le decimos al dios de la muerte?" La joven Stark entiende su propósito. “Cuando cae la nieve y los vientos blancos soplan, el lobo solitario muere… pero la manada sobrevive”. Arya lo entiende. ¿Qué le decimos al dios de la muerte? "Hoy no".


Lo que viene a continuación, es un regalo y al mismo tiempo una patraña. Justo cuando todo parece perdido y el crudo final es inevitable. Justo cuando el Rey de la Noche está a punto de cumplir su objetivo de asesinar a Bran y todos los personajes principales están a punto de morir. Justo en ese momento, Arya aparece, y en movimiento magistral, la daga de vidriagón se clava en el pecho del Rey de la Noche, poniendo fin a la pesadilla. Lo de Arya es una genialidad por la forma en que se construye el personaje y todo lo que la profecía representa.  Pues al morir el Rey de la Noche, todos los caminantes mueren con él. Es una escena poderosa, pero al mismo tiempo agridulce. Son treinta segundos que nos muestran que en 'Game of Thrones', nada sucede por casualidad con la construcción de Arya como el personaje supremo de la serie. Pero lamentablemente, también son 30 segundos que ponen en manifiesto que la percepción general entorno a que los showrunners de HBO se han alejado de la esencia original del escritor norteamericano, son justificados y cada vez más fuertes al entregarnos un final de episodio completamente anti-climático.


Y no, no es la forma en que ocurren los eventos, sino la forma en que está contada. Hay una máxima en la estructura narrativa: si lo muestras, debes usarlo. Ocho años de construcción de una amenaza que precedía a todo lo que era el Juego de Tronos, desaparece de la forma correcta, pero no en las circunstancias adecuadas. Por ello, a desazón que ha dejado en muchos fans es acertada y justificada: ocho años mostrando a un Rey de la Noche que no vimos pelear en toda la serie, nunca vimos a sus generales hacer algo diferente a posar bonito en medio de la nieve, nunca vimos a los personajes principales enfrentar un reto que les superará en la que era la madre de todas las batallas, nunca vimos cuales eran las motivaciones detrás de cientos de actos de los caminantes que ahora parecen meramente excusas narrativas y -con excepción de Melissandre que se convirtió en la MVP del capítulo-, no hemos visto morir a ningún personaje realmente importante en la batalla de Winterfell.  Y aunque suene irónico, esto, es hoy lo que más duele.


El tono de 'A Knight of the Seven Kingdoms' auguraba el final del camino para muchos personajes principales y secundarios de la serie. Un episodio para las despedidas. Y la verdad, lo necesitábamos. Necesitábamos ese golpe moral que la serie tanto nos había prometido. Porque es lo que la hace impredecible. Y ser impredecible es lo que la hace realmente interesante. Por ello, física y emocionalmente, los fans se habían preparado para una batalla épica que generaría una masacre sin precedentes, al estilo George R. R. Martin. en el que nadie iba a estar seguro hasta el último minuto, porque la amenaza más grande, esa que llevaban 7 años predicando, no resultó ser más que una excusa barata para alargar la trama y disminuir las fuerzas de batalla de cara a un enfrentamiento con completamente innecesario. Por ello, es que sin importar las justificaciones emocionales que queramos darles en beneficio de la duda a sus productores, la realidad es que todo que los personajes han hecho a lo largo de los últimos años, tiene ahora sentido y se convierte que un claro indicador que la serie ha perdido el peso narrativo que el autor había dotado a su obra original, dejando esa sensación de que los protagonistas podrían pelear de espaldas y con los ojos cerrados, y aún así saldrían victoriosos... pase lo que pase.


Lamentablemente, ese es hoy su mayor pecado. 'Game of Thrones' se ha convertido en una serie épica, pero medianamente predecible en la que el espectador se siente seguro. Por lo que es aquí es donde la serie puede ponerse realmente interesante, golpeando al espectador cuando menos se lo espera. Quedan muchos cabos sueltos y aún hay tiempo, de momento. ¿Es este el final de la amenaza de los vivos versus los muertos? Muy en el fondo, no lo creo. El vínculo entre el Cuervo de Tres Ojos y el Rey de la Noche va más allá de la vida y la muerte. Y hay algo en Bran que no termina de cuadrar... algo no termina de cuadrar con Bran...

Calificación final: 7/10


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1 Comentarios

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  1. Buena reseña. Solo que Fincher no fué el director World War Z

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