Por Pablo Vargas | pvargas@revistalevelup.com.

Han pasado diez años desde que Metal Gear Solid V: The Phantom Pain llegó a nuestras manos, y aún hoy el título de Hideo Kojima se percibe como un punto de inflexión en la historia del medio, de lo que hermoso que fue y lo que pudo ser. Y es que su nombre no pudo ser más certero: el “dolor fantasma” no solo habla del viaje de Big Boss, sino también de lo que sentimos, ganamos y perdimos los jugadores, ante la brillantez de una obra innegable, pero también ante la ausencia de un cierre pleno, esa parte de la historia que quedó inconclusa y que seguimos percibiendo como una extremidad perdida, que aún sentimos, pero realmente nunca estuvo del todo ahí.

Su jugabilidad sandbox, el Fox Engine en su máximo esplendor y la libertad casi quirúrgica con que podíamos abordar cada misión marcaron un antes y un después en los mundos abiertos. El juego que convirtió cada misión en un laboratorio de posibilidades, donde clima, hora del día, patrullas enemigas y la propia creatividad del jugador se entrelazaban para ofrecer experiencias únicas. Era posible resolver un encargo de siete formas distintas, improvisar con una tormenta de arena o apoyarse en compañeros como Quiet y D-Dog para transformar lo imposible en épico. Esa libertad, pocas veces igualada desde entonces, marcó un antes y un después en el diseño de mundos abiertos.


Diez años después, el Fox Engine también sigue siendo un prodigio técnico, con animaciones naturales, expresiones faciales detalladas y un rendimiento impecable a 60 FPS que hoy muchos títulos aún envidiarían. Cada paisaje, desde las montañas afganas hasta las selvas africanas, transmitía una sensación de realismo absorbente. Esa base técnica, tristemente desaprovechada tras la marcha de Kojima, hace que The Phantom Pain se sienta casi mejor que cualquier producción moderna.

La Mother Base, por su parte, aportó un nivel de profundidad que expandía la experiencia más allá de las misiones. Reclutar soldados, gestionar recursos y ver cómo nuestras decisiones tenían un impacto directo en el crecimiento de nuestro ejército convertía el juego en algo más que acción: era también estrategia, construcción y progresión personal. Esa dualidad entre lo macro y lo micro, entre el campo de batalla y el hogar que edificábamos poco a poco, sigue siendo una de las mecánicas más adictivas de la saga.


Sin embargo, en su core narrativo el título brilla y hiere a partes iguales. Lo que cuenta, lo cuenta con fuerza: la caída definitiva de Big Boss, la ambigüedad moral de sus decisiones y la sensación constante de estar viviendo el final de una era. Pero lo que no cuenta -los huecos narrativos, el famoso Capítulo 3 que nunca se materializó-, aún hoy duele todavía. Esa mezcla de plenitud y sensación de pérdida, de luz y sombra, es precisamente lo que da sentido al concepto del dolor fantasma; algo que fue tan grande como imperfecto, y cuya falta de cierre nos marcó tanto como sus mejores momentos.

Hoy, sin embargo, las heridas empiezan a verse como cicatrices. Konami, tras años de silencio, ha regresado a la senda con Metal Gear Solid Delta: Snake Eater, un homenaje fiel al legado de la saga que demostró un respeto absoluto, total y sicnero por la obra de Kojima. Y el propio Kojima, con Death Stranding y la obra maestra que nos regaló en forma de secuela, le llevaron a un lugar creativo que quiizás nunca hubiese tenido si las cosas no hubiesen sucedido de esa manera. Y el tiempo, aunque no borra el dolor, sí nos ha regalado la tranquilidad de ver a ambos seguir adelante por caminos distintos, pero prósperos, plenos y felices.


Por ello, al volver hoy a The Phantom Pain, no pensamos solo en lo que faltó, sino en lo que nos dejó. En la emoción de rescatar a un compañero, en la tensión de infiltrarnos de madrugada con solo un cuchillo y un perro a nuestro lado, en la magia de un sandbox que parecía infinito. Y aunque la herida nunca cicatrizó del todo, nos queda la alegría de haber vivido una despedida así: grandiosa, imperfecta y profundamente humana.

Porque al final del camino, The Phantom Pain fue brillante e incompleto, un adiós abrupto pero también una obra maestra. Y aunque la herida no sanará del todo, la felicidad de ver cómo las piezas encontraron nuevos lugares en la historia es suficiente para que hoy, en retrospectiva, podamos recordarlo con gratitud. Y aunque el fantasma del dolor permanece, también la felicidad de ver justo hoy, estemos jugando MGS Delta y Death Stranding 2, en su mes de lanzamiento. Nos hace sonreír con lágrimas en los ojos. 


"I'm Big Boss.... and you are too."

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