El lenguaje cinematográfico evoluciona constantemente: puede trascender o puede deformarse. Hoy en día, parece inclinarse hacia lo segundo. Las redes sociales y su voraz necesidad de generar contenido rápido y desechable han contaminado incluso al séptimo arte, no solo en la elección de temas banales, sino en el mismo arte de la creación visual. Puede que estemos viviendo un periodo de transición, en el que algo de esta “comida chatarra visual” permanezca -como ya ocurrió con la llegada de nuevas tecnologías en distintas épocas del cine-, pero lo cierto es que el presente se percibe, cuando menos, debatible y cuestionable.
En medio de este panorama, Martin Scorsese vuelve a recordarnos lo que significa el lenguaje cinematográfico en su forma más pura. Con esta película entrega una cátedra magistral de puesta en escena, explorando un tema complejo y profundamente humano: la avaricia, la codicia y el deseo de aprovecharse de los demás desde posiciones de poder. Es una historia cruel y dolorosa que expone lo despreciable que puede llegar a ser el ser humano cuando persigue dinero y poder sin límites.
Las actuaciones son memorables, desde los protagonistas hasta aquellos con apenas unos minutos en pantalla, como Brendan Fraser, que logra brillar intensamente. Sin embargo, es Lily Gladstone quien se erige como el alma de la película. Su interpretación es tan delicada como poderosa: una mirada dulce, un gesto lleno de fuerza, una vulnerabilidad que conmueve. Es una actuación que merecía, sin duda, el Oscar. DiCaprio y De Niro, por su parte, encarnan la maldad con una maestría que estremece y reafirma por qué son leyendas vivas del cine.
La historia está bellamente escrita, con tanto detalle y tanto dolor que se puede sentir algún dejo personal en lo que hay de este material. La fotografía es clásica, con momentos sublimes, como la escena del fuego en los campos, pero llena del viejo espíritu de la narrativa clásica visual; la cinematografía es exquisita, sólida y muy austera. Es un recordatorio de que el lenguaje clásico aun funciona para contar historias con fuerza imparable.
La película es mucho más que entretenimiento, es un testamento contra el olvido, una crítica a los gobiernos que históricamente han ignorado a sus minorías, un relato horripilante sobre la codicia como motor de todo mal. Scorsese, hacia el final, se permite un gesto brillante y arriesgado que rompe la cuarta pared, entregando él mismo la última cucharada de esta historia. Es un momento que quedará marcado en la memoria del cine, un recordatorio de que no debemos olvidar.
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