Por Pablo Vargas | pvargas@revistalevelup.com.
Dirigida por Juan José Campanella, 'El secreto de sus ojos' no solo es una de las joyas más brillantes del cine argentino o latinoamericano, sino una verdadera obra maestra que trasciende fronteras para instalarse entre las mejores películas de la historia del cine mundial. No porque haya ganado un Oscar ni porque haya sido alabada en todo el mundo, sino porque logra algo más profundo: plasmar una mezcla de emoción, belleza, dolor y desasosiego inconmensurable que rara vez consigue el cine.
Y es que lo que parece, en la superficie, un relato de investigación criminal, pronto se revela como un espejo de la vida misma. Campanella tomó una historia policial y la convirtió en un retrato íntimo de lo que significa vivir con recuerdos que nunca se apagan, con silencios que pesan más que las palabras y con heridas que el tiempo jamás cicatriza. El asesinato que atraviesa la trama es brutal, pero el verdadero centro de la película no es el crimen, sino la manera en que los personajes lidian con la ausencia, con la injusticia, con lo que nunca llega a resolverse. La búsqueda de justicia se mezcla con la búsqueda de sentido, y ahí está la clave: nadie en esta historia se mueve solo por un expediente, todos arrastran emociones, deudas pendientes y amores escondidos que laten debajo de cada decisión.
Ricardo Darín da vida a Benjamín Espósito con una naturalidad que impresiona. Su personaje es un hombre común, lleno de dudas, con la torpeza y la vulnerabilidad que cualquiera puede reconocer en sí mismo. Frente a él, Soledad Villamil encarna a Irene con una mezcla de firmeza y sensibilidad que sostiene todo el relato y en los se intuye en ella lo que siente, aunque nunca lo diga en voz alta. Y en los márgenes aparece Guillermo Francella en un rol que sorprendió a todos, un personaje pequeño y entrañable, que representa la lealtad, el humor y también la tragedia de un destino marcado.
La dirección de Campanella alcanza momentos de puro virtuosismo, como el célebre plano secuencia en el estadio de Huracán. Pero lo maravilloso es que ese despliegue técnico no es un capricho, sino un latido narrativo que aumenta la tensión hasta lo insoportable. Es cine en estado puro: arte que hipnotiza los ojos y acelera el corazón. Porque más allá del caso criminal que articula la trama, la película habla de lo que somos como seres humanos: del miedo a perder lo que amamos, de la necesidad de justicia, de la marca imborrable de la memoria.
Y es que a diferencia de otros thrillers, aquí no hay artificios ni discursos grandilocuentes. La película confía en la fuerza de los silencios, en las miradas que cargan con historias enteras, en los gestos mínimos que revelan lo que no se puede decir. Esa sobriedad es la que le da autenticidad. Y al mismo tiempo, esa contención es lo que la vuelve dolorosa; lo que nunca se dice, lo que nunca se vive, se convierte en una presencia que oprime más que cualquier grito.
El amor contenido entre Espósito e Irene atraviesa todo el relato y lo dota de un nivel emocional único. No es una historia romántica convencional, porque nunca se consuma del todo. Es más bien un retrato de todo lo que el tiempo nos roba, de las decisiones que no tomamos y de la vida que se nos escapa mientras esperamos el momento adecuado. En esa tensión, en ese amor nunca dicho pero siempre presente, está gran parte de la belleza y la melancolía de la película.
El final es contundente, perturbador y conmovedor a la vez. No se trata solo de resolver un caso ni de atar cabos sueltos, sino de enfrentarnos a las consecuencias de la justicia, la venganza y el silencio. Hay una última imagen que se queda grabada en la mente y que transforma la película en algo mucho más grande que su argumento y se convierte en una reflexión sobre lo que hacemos con nuestros recuerdos y con nuestras obsesiones.
Porque al final del camino, 'El secreto de sus ojos' no es solo un hito del cine argentino ni un orgullo del cine latinoamericano; es una de esas películas que cruzan cualquier frontera porque hablan de lo que nos define como seres humanos: la memoria, el amor, la justicia, la soledad.
Y por eso merece estar entre las grandes obras de la historia del cine, porque no se limita a entretener ni a impresionar: se queda con nosotros, nos acompaña, nos duele, nos conmueve. Y como los grandes clásicos, cada vez que se la revisita parece nueva, como si nos volviera a mirar a los ojos.
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