Por Pablo Vargas | pvargas@revistalevelup.com.

“Barbie: La película” es de esas cintas que uno entra pensando que verá puro rosa, nostalgia y risas fáciles… y termina saliendo con más preguntas que respuestas, pero con una sonrisa igual. Es una comedia surrealista que se atreve a ir mucho más allá de lo evidente, jugando con capas y subcapas que, si quieres, puedes tomar como simple entretenimiento, y que al mismo tiempo, te llevan directo a reflexiones sobre quién eres, qué buscas y qué tanto de lo que crees que eres lo decides tú y qué tanto lo decide el sistema en el que vives.

En el centro está esta Barbie que, de repente, comienza a preguntarse para qué está aquí. No es la típica muñeca perfecta, sino una mujer —o una idea de mujer— que se enfrenta a la incomodidad de no saber su propósito. Esa inquietud sirve como excusa perfecta para mostrarnos el lado absurdo y defectuoso de un patriarcado que en la película se exagera al punto de la parodia, pero que al mismo tiempo nos resulta dolorosamente familiar. Los personajes, con sus actitudes llevadas al extremo, no solo nos hacen reír, también nos recuerdan todo lo que hemos normalizado y seguimos aceptando como si nada.


Barbie representa esa idea del potencial infinito, de “puedes ser lo que quieras”. Pero aquí se plantea una paradoja interesante: cuando tienes el potencial de ser cualquier cosa, de pronto no eres nada concreto. Ken, por su parte, es probablemente el personaje más jugoso del guion. Su arco combina ingenuidad, humor y un viaje personal que lo lleva a descubrir quién es más allá de cómo lo ven los demás.

El guion está construido con una precisión envidiable. No solo tiene giros que te mantienen interesado, sino que se da el lujo de usar recursos surrealistas para explicar conceptos profundos sin que sientas que te están dando una lección. Aquí no hay discursos eternos: hay coreografías absurdas, situaciones ridículas y diálogos afilados que se mezclan para que lo profundo se sienta ligero y lo ligero tenga fondo.


Margot Robbie está perfecta como Barbie. Tiene el carisma, la vulnerabilidad y la presencia que el papel necesita. Pero si hay alguien que roba la función, ese es Ryan Gosling. Su Ken es tan inocente como gracioso, y Gosling le da una personalidad que no habíamos visto antes. Sus escenas de baile son oro puro, y su canción “I’m just Ken” es una de esas joyas que mezclan humor y puro entretenimiento. 

Visualmente, la película es un festín. Los colores, la iluminación, los sets… todo está cuidado para ser elegante, chic, sexy y, sobre todo, coherente con ese mundo de fantasía que al mismo tiempo quiere mostrarnos sus grietas. Hay un placer genuino en ver algo tan bonito y tan bien diseñado mientras te cuentan algo tan irónico y crítico.


No es una película para niños pequeños, eso sí. Pero creo que para madres e hijas adolescentes puede ser una gran oportunidad de conversación. Habla sobre lo que significa buscar tu lugar, sobre las imágenes que nos han vendido y sobre la realidad que muchas veces no coincide con esas imágenes. Y lo hace sin ponerse solemne, sino con humor y un toque de absurdo.

Greta Gerwig firma aquí una película que, aunque está cubierta de brillo y plástico, tiene alma. Hay guiños al cine de Fellini, a la creatividad visual de Michel Gondry y, sobre todo, hay personalidad. “Barbie” es existencial y filosófica… pero también es ligera y divertida. Y esa combinación es rarísima y valiosa. Una película que entra por los ojos, te hace reír y, sin que te des cuenta, te deja pensando en cosas que quizá no esperabas encontrar en una historia sobre muñecas.

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